martes, 1 de septiembre de 2009

El oro blanco de las Pitiusas

Laura Jurado | Palma lunes 31/08/2009

salinas
Recolección tradicional de sal en las salinas de Ibiza.

Antes de que Benito Pérez Galdós estampara su cara en los billetes de 1.000 pesetas el dinero era mucho más tangible que el papel moneda. En China el Estado pagaba a sus acreedores con ‘vales’ en sal y en Roma el Imperio ‘inventaba’ la palabra ‘salario’ por el producto en el que cobraban sus legiones. En las Pitiusas, el oro blanco tiene más de 25 siglos de historia.

El poblado de Sa Caleta demuestra la presencia estable en Ibiza de grupos fenicios ya en el siglo VII a.C. Desde entonces, la historia de las salinas pitiusas ha ido paralela a la de todas las civilizaciones que han pasado por ellas: fenicios, cartagineses, romanos... Los musulmanes fueron los primeros en constatar su explotación; en el siglo XIII el geógrafo Al-Himyari escribía: «En Yabisa (Ibiza) hay una salina en la cual la sal no se acaba nunca».

«Desde el año 600 a.C. han funcionado prácticamente sin interrupción. Sin embargo la explotación fue muy rudimentaria hasta que en el siglo XIII se introdujeron las primeras mejoras técnicas», afirma el director de la explotación ibicenca de Salinera Española, José María Fernández. Al principio la sal se obtenía de manera natural: se recogía en los márgenes de los cursos de aguas salinizadas o en los agujeros abiertos en las rocas del litoral. El agua entraba con las mareas a través de un canal y se acumulaba en uno o dos estanques para dejar que se evaporara y quedara la sal. La primera modificación fue el control de la corriente de entrada con unas compuertas.

Con la conquista catalana en 1285, las salinas de Ibiza quedaron ligadas al arzobispado de Tarragona. «Se amplió su superficie, se mejoró el embarque de la sal en los barcos, se aumentaron los compartimentos de los estanques...», detalla Fernández. Años más tarde se establecía que los beneficios de las salinas tenían que favorecer también a los ibicencos. La venta de sal se convirtió entonces en la principal fuente de financiación de la Universidad de Ibiza, el órgano de gobierno de la isla, que pasó a explotar las salinas con su arrendamiento a la Corona. Tras la Guerra de Sucesión en 1715, y con la excusa de una mala administración, ésta decidió gestionarlas directamente.

La situación no mejoró y las salinas cayeron en la ruina. «España era un país tecnológicamente avanzado en la industria salinera así que el problema no fue la profesionalidad sino una gran falta de inversión. El mantenimiento es muy caro y por entonces el Estado estaba metido en muchas guerras», explica el directivo. La decadencia continuó hasta 1871 cuando, tras una desamortización de bienes de la realeza, la sociedad Fábrica de las Sales de Ibiza –formada por empresarios mallorquines– adquiría las salinas de la isla en una subasta por 1.162.062 pesetas. En 1898 la empresa cambió su nombre por el de Salinera Española S.A., un año después de comprar también las salinas de Formentera.

Eugenio Molina –un ingeniero de minas de Granada– fue el artífice del reflotamiento de las salinas ibicencas. «Las inversiones fueron brutales. Se crearon más de 25 kilómetros de terreno para dividir estanques, otros ocho de canales, se construyeron tres puertos y se mecanizó el trabajo», enumera Fernández. En 1896 se introdujo además el tren que iba desde los estanques hasta la zona de apilamiento y desde allí, al puerto privado de La Canal. Fruto de aquellas mejoras la producción pasó de 6.000 toneladas anuales a 55.000 en apenas dos décadas. El destino principal de la sal era el mismo que en la actualidad cuando un 60 por ciento se destina a Holanda, Reino Unido y Dinamarca.

La historia de las salinas dejó huella más allá de sus canales. La zona de Es Quartel fue primero el refugio de sus vigilantes y después el terreno para los garajes de las locomotoras, viviendas para trabajadores y hasta una escuela para sus hijos. Según el Archiduque Luis Salvador, el caserío de Sant Francesc de S’Estany comenzó siendo un oratorio para que los temporeros de la sal del siglo XVIII pudieran oír misa.

La mecanización continuó y los 1.200 jornaleros que llegaron a trabajar son ahora una veintena. En 1984 las salinas de Formentera se dejaron de explotar aunque en la actualidad Salines de Formentera las ha arrendado a Salinera Española para intentar recuperarlas. «Fueron deficitarias durante mucho tiempo. El consumo interno es mínimo y el transporte para sacar fuera la sal es muy caro», explica el directivo.

Las salinas de Ibiza han pasado de los dos estanques iniciales a más de un centenar pero su producción ha descendido hasta las 40.000 toneladas, casi en el límite de la rentabilidad. Según Fernández, su catalogación como Parque Natural en 2001 ha supuesto muchas dificultades a la explotación y la reforma de infraestructuras que permanecen infrautilizadas. «Las salinas siempre se han enfocado a la industria salinera, nunca al turismo. Ése es el verdadero garante de su existencia porque sino, serían un erial», afirma Fernández.

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